En sus primeros intentos de arte la inteligencia artificial no puede hacer manos pero son manos las que nos llegan del primer arte humano. Sin quererlo la IA comprobó lo que nadie antes pudo: Existe el alma. Una mano en una cueva, la tremulidad de reconocernos, la necesidad de conectarnos, nuestra más frágil vulnerabilidad. La irrupción ante nuestros ojos de lo inevitable y su temblor, lo que lo a impulsado todo, todo por lo que intentamos olvidar aunque eso nos destruya: Sabernos mortales. Casi cuando lo logremos van a ser esas mismas manos las únicas que nos puedan rescatar, no de la muerte porque de eso no hay escape más que la aceptación, salvarnos de nosotrxs mismxs y entender que la unica manera de aspirar a vivir siquiera es ser mucho más que un ser invididual.
Hay que volver a empezar sin ya volver a olvidar.
«Cada vez que veo una mano entiendo que me saluda y que quien la plasmó quería comunicarse con la eternidad»
Hipólito Collado