Veo la herida y ya sin más voluntad de ignorarla, de taparla o esconderla supura y sangra. Siento desesperación y quiero arrancarla, crece tomando mi cuerpo, mi mente, mi voluntad, mis recuerdos, mis deseos, todo lo que soy y lo que no pero igual me habita, lo que entra por esta herida que a sido un portal para que todo pase y todo salga casi sin filtro por tanto tiempo. Casi hasta sentir que no puedo confiar en nadie. Lo inumerable e inimaginable qué invadió todo a la sombra de convencerme de entender por encima y por fuera de mi misma. De aceptarlo y ser honesta: no puedo. Aunque tanto intento, percibo o aprendo.
La herida toma a veces una forma que rechazo y me ampara, la forma que intenté abandonar moldeando con enojo, con gracia o irreverencia. Matandome en cada símbolo nuevo y renaciendo en otra oportunidad de sentir comodidad en lo que hábito. Pero estoy agotada y ya dentro de la herida, rendida de toda estrategia que fracasa de superar o sanar, encontrándome en los ojos de aquella niña que sufrió la primera embestida y aturdida se sostuvo en medio del dolor más intenso que quizás hayamos sentido, nos lo debo. Ya no podemos volver a matarnos, ellxs deben morir. Cada voz, cada gesto y cada presencia que han entrado tan profundo a hacernos daño, ya no importa la causa ni la cara, no hay contrato de lealtad en donde existe esta protección, este es el nuevo hechizo. Ya no tienen poder acá, en este espacio donde una niña tiene la posibilidad de amarse, la herida es ahora el portal para nuestro encuentro.