23 de junio de 2025

Guia para curar el alma en el monte

Guia para curar el alma en el monte

Antes que todo,  
procura que esté en el cuerpo,  
protege tu espalda baja del susto  
con una linda faja que tenga raíces  
y te contenga con suave firmeza.  

Anda con el corazón en pecho,  
sin miramientos,  
un salto de fé no del todo ciego.  
El camino apremia andarlo  
con el sigilo de un puma  
que avanza surcando espinas.  

Si sabes escuchar, 
El susurro de las rocas  
van a contarte el poder de tu cuerpo  
al andarlas 

Subí al cerro dejando las penas 
y desde su cima  
escucha al miedo jugar con el viento en el río,  
hasta estremecerte los huesos  
y hacerte silencio.  

Date una linda compañía,  
una amistad que se sienta un regalo,  
que no vacile en dar ternura y cuidado:  
abrigo, pancito tostado,  
charlas de pecho abierto.  

Entrégate a la aventura,  
a abrir caminos,  
a confiar en quien los ha recorrido,  
a sumergirte en la experiencia  
como una luna creciente  
que se libera de todo pensamiento menguante.  

Habla con un árbol  
y aprende la sabiduría  
de quien sobrevivió los años,  
incendios y tempestades.  
Él sabrá mostrarte  
que estar vivo es estar de pie.  

Hacé una enorme fogata  
allá en lo alto  
con todo lo que ya no necesitas:  
los miedos viejos,  
las culpas pesadas,  
las palabras que te hicieron daño.  

Deja que el fuego los transforme  
en cenizas livianas,  
que el viento se lleve  
lo que ya no es tuyo.  

Aguarda en la noche  
el lucero de la mañana,  
como una luz de esperanza  
que ilumina con belleza y calma:  
Siempre escampa.

Luego, sentate en silencio.  
Respirá hondo el aire puro del monte,  
dejá que el ritmo de tu corazón  
se acompase con el latir de la tierra.  

Escuchá.  
No hay prisa acá.  
El alma se cura con tiempo,  
con paciencia,  
como el agua que talla y pule la piedra:  
suave, persistente,  
sin forzar el ritmo.  

Aprendé a soltar  
incluso el deseo de sanar,  
porque el alma sabe cómo florecer  
cuando nadie la está mirando.  

Báñate en el río helado  
—ese que te quita el aliento—  
y deja que el agua te recuerde:  
"Lo que duele también limpia,  
lo que asusta también despierta". 

Recogé piedras, plumas, raíces,  
guardálas como letras  
de un alfabeto sagrado.  
No tienen que significar nada todavía…  
pero un día, sin aviso,  
te van a decir exactamente  
lo que necesitabas escuchar.  

Cuando bajés del monte,  
llevate el cielo entre las manos.  
No como una conquista,  
sino como un pacto:  
Vuelvo, pero nunca me fui.

Y si la tristeza o el vacío regresan  
—como siempre lo hacen—  
no les cierres la puerta.  
Invitalos a sentarse,  
ofreceles un tecito de hierbas  
y pan recién horneado.  
Preguntales:  
"¿Qué vinieron a enseñarme?"

Luego despedilos con un abrazo,  
sin seguirles hasta la puerta.