22 de noviembre de 2019

La esperanza °33



"Espera un poquito más, sostene un poco más" me digo. "Capaz en el futuro duele menos esta humanidad" Vamos a tocar todxs fondo y vamos a tomar impulso para respirar, me repito una y otra vez para abrazarme a la esperanza y entre cada coma de cada oración que propone mí mente, aparece la incertidumbre que abre paso a la interrogación:
¿Puedo amar a está humanidad que destruye todo en su afán de morir y extinguir el dolor?
Una persona que cree conocerme me dice que soy demasiado positiva, veo a través de sus ojos: cree que no veo la realidad. Sonrió en una mueca esbozada mientras mí cabeza va rápido: ¿Qué le voy a explicar? ¿Qué no puedo viajar en un trasporte público sin llorar o tener ganas de? ¿Qué siento el enojo, la tristeza, la soledad, la ansiedad, la culpa, el resentimiento, la desesperanza, de todo el que está en mí radio y resuena en mí propio dolor? En verdad, me gustaría poder decirlo, pero en ese momento siento su desesperanza como una daga de cristal envenenada en el centro de su alma y la mía y se me apodera el impulso de arrancar. Suena trágico, tan trágico que no sé si decir. Ante la duda me habitó el miedo y elijo callar.
Le quiero dar esperanza, me quiero dar esperanza. Le quiero sostener, con tanta fuerza como no pude con todxs lxs que amo y se enfermaron hasta en cuerpo desaparecer, capaz así me puedo sostener.
Un día una planta abuelita me ayudó a ver un poquito más, me puso un cartel luminoso delante de los ojos que decía humildad y me saco de mí cuerpo para poderme ver: en la desesperación de agarrar la mano para no perder, me perdía a mí misma. Sosteniendo la mano de quién no quiere salir, no salvaba a nadie, al contrario, me condenaba a mí. Vi a mí ego diciéndome que era mí responsabilidad hundirme en la mierda para ayudar y vi que mí mierda era la culpa y el afán de todo querer controlar, para que nadie en mí cara ya, se pierda o se deje morir . Solté desesperadamente las manos que me tiraban a un pozo de oscuridad donde en mí soberbia de "puedo con todo sola" no me veía entrar, corriendo de desesperación. Creía tener autonomía emocional, creía poder sostener y sostenerme, sin pedir ayuda, sin necesidad,  tenía que estar bien para poder ayudar, el imperativo me empezó a masticar. Debía, podía, sabía. Más, más, más. Encontré todas las formas de hacerme responsable, de culparme por no poder y me exigi poder más. Callar más, pedir menos, sonreír más. Quieranme, veanme aunque yo no me pueda ver. No me abandonen, les daré más, aun cuando no tenga, por favor, no me abandonen. Por favor no sé vayan, no se pierdan, no se mueran, tengo miedo, no sé ya que hacer, díganme si lo que hago está bien, si lo que hago está mal, cómo nos puedo salvar.
Exausta 
Paralizada 
e insostenible en mí afán de todo sostener: Estallé y destruí 33 veces o más, revivi 33 veces o más, pero sin conciencia el círculo se volvió a repetir. No sé ya cuántas vidas viví sin vivir, sin dar prioridad a mí propia felicidad. Sin embargo, siempre mis sentidos agudos descubrieron instintivamente la belleza de este mundo y la vida, siempre elegí reencarnar. Quiero estar acá y aprender.
Solté las manos, solté mí ego como si al verlo todo, me fuese a quemar. Me había quemado, me lamí las heridas, me volví a quemar, me volví a lamer. Pedí perdón enojada, pedí perdón llena de dolor, quise perdonar.
Mí psicóloga me preguntó porque daba tantas oportunidades, me dijo que le llamaba la atención, que se dio cuenta que en cada desilusión no me veía sorprendida, que sabía lo que iba a suceder y aún así daba una nueva oportunidad. Hice silencio, me mire bien adentro como la abuelita me enseñó y respondí: Doy las oportunidades que me gustaría que me den a mi. 
Ahora me doy cuenta, las que a mí misma no me supe dar.
Cada vez que soy honesta y digo lo que no quiero decir, me libero como si un pequeño monstruo me dejara de habitar: Quiero darme la oportunidad de ser feliz, de ser responsable de mí elección de estar acá.
No quiero sostener las manos que me doblan las piernas y tampoco la soledad, quiero sostener las manos con quienes nos podamos acompañar a caminar en este mundo hostil, donde la belleza es inminente pero sutil. No voy a esperar que duela menos está humanidad, no voy a romperme para pertenecer y tampoco me voy a rendir. Unión con quienes me quieran acompañar, soltar con duelo y aceptación a quienes no. Aunque me tropiece y me vuelva aferrar al miedo y al dolor, cada vez me doy un manto de piedad, cómo un abrigo de abrazo y una nueva oportunidad: extiendo mis manos sin agarrar, sin querer tener el control, acompañando, desde la médula del verdadero amor, el amor que nos sostiene a todxs, a pesar de nuestra ignorancia soberbia; inclusive en nuestra humilde humanidad.
La respuesta para perdonarme y perdonar, para tener gratitud, para vivir la vulnerable felicidad, para acompañar la tristeza, para caminar, una y un millón de veces la respuesta y la dirección es el amor, el presente, la manos que ya sin aferrarse por detrás del miedo, sueltan para poderlo atravesar y avanzar, las manos que sueltan la culpa para liberarse en abrazos y expresión, las manos que sueltan el control y se empoderan en creación para polarizar nuestro poder de destrucción.
La verdadera esperanza se habita cuando se elige despertar, caminar sus caminos, habitar este mundo de manera resiliente e integral.
Vivir, nutrir, respetar, confiar, crear y amar: No son palabras sueltas, son un ancla y una vela para poder navegar, volar y andar en libertad.

Mí nombre significa "La que mantiene la esperanza", ahora sé un poquito mejor: La esperanza me sostiene a mí.